Cada noche Janna se despertaba entre lágrimas por culpa de ése maldito sueño que no cansaba de repetirse.
Quizás era una señal, o quizás simplemente se trataba de sus propios miedos ilustrados en blanco y negro.
Y es que lo que más temía en ese mundo era que les separaran otra vez. Tan solo por recordar aquellos momentos un escalofrio le encogía el corazón. No, otra vez aquello no.
De vez en cuando se había aislado en sus propios pensamientos planteándose quién era, qué hacía en este mundo... ( en el fondo todos en algún momento nos lo hemos planteado). Siempre había sido bastante fría en ese aspecto; los sentimientos no son más que reacciones químicas que se producen en nuestro cerebro creándonos distintas sensaciones.
Ahora se daba cuenta que tenía que haber algo más. Todo lo que él le hacía sentir sobrepasaba a las posibles explicaciones de la ciencia.
Había una conexión entre ellos imposible de romper; ni la tan cruel distancia podía destruirla, eso la había enfurecido y amenazaba de nuevo demostrando que no se había rendido.
Pero no era la distancia en sí lo que temía y lo que le hacía tener esas pesadillas, sabía de sobras que era capaz de vencerla sin problemas.
Temía a las noches sin sus brazos rodeándola recordándole que junto a él no le íba a pasar nada, temía la ausencia de esos buenos dias envueltos de una sonrisa dulce y tierna, temía no poder pasar esas tardes sin saber que hacer pero sin que eso importara porque junto a él lo tiene todo, temía no poder coger el teléfono y decir en 20 minutos estoy allí...
Pero Janna cada día era más fuerte, él se lo había enseñado, y decididó no tener más pesadillas, no tenía porque ocurrir. Ni siquiera le haría falta soñar, porque su vida ahora era un sueño.